martes, 16 de octubre de 2018

Venezuela

Un sol a sus anchas con un cielo todo para él, ventipico de grados, la hermosa ciclovía bogotana y nosotros caminando un poco, empujando el coche para aprovechar el festivo.
Me animé y propuse ir al centro. - Quiero ver cómo está el centro, quiero ver el Bronx -.
Bajamos a la 11 y un T12 nos llevó sin paradas y sin vergüenza en 10 minutos hasta la 23 con 10ma. Subimos a la 7ma y empezamos a observar. Ya no huele a orines, hay menos vendedores, menos basura, menos bochinche. La Iglesia de Las Nieves pintada se ve preciosa delante del estridente contraste de las Torres Bacatá. La 7ma en el centro no es ningún paraiso, pero ha mejorado. La obra de peatonalización avanza muy lentamente. El Parque Santander brilla de nuevo, La Iglesia de San Francisco estaba abierta, pudimos apreciar su añejísimo techo y rimbombante púlpito, Gaitán sigue allí gritando, el hombre estatua plateado, el juego de la bolita, los chontaduros y todas las delicadezas urbanas están. Gringos no, solo vi en la plaza, muchas palomas, maíz, helados. El Palacio de Justicia y Bolívar vestían de polisombra negra evitando los aerosoles de siempre ante las recientes marchas.
Bueno ¿y por dónde vamos al Bronx? - ¿Sí quieres ir? - lo del sol era en serio. - Sí... yo creo que es por allá - Pregúntale a ese policía - Vamos por esta para no ir por la 10ma. Dimos algunas vueltas y terminamos bajando por la calle 10, por la parte de atrás de San Victorino, una calle que conserva el mismo espíritu, el corazón comercial del centro de Bogotá, pregunte por lo que no vea, se le tiene miamor. Ahí recostada sobre la Caracas encontramos la Plaza de los Mártires. Limpia, jardines perfectos, el obelisco impecable apuntando el zénit antecede la Basílica menor del Voto Nacional, que es una verdadera joya de algún estilo arquitectónico que desconozco. Sobre un costado un hermoso edificio de corte clásico europeo de la Policia y otro del mismo estilo donde entiendo se propone un centro de la muy de moda "economía naranja". Veinte metros al occidente y mirando al sur está la "L", la antigua guarida de "Los Sayayines" y el mayor expendio de droga que tuvo Colombia durante muchos años; las ruinas del Bronx lucen escalofriantes y esperanzadoras. La calle sigue tranquila y bonita, hay negocios y hay clientes, tapetes, cobijas, alfombras. Se nota que hay muchas heridas abiertas en el aire todavía, pero la zona renace. Al subir por la calle 11, hay ferreterías, mucha más basura, un muerto viviente arma una pipa de heroína en una esquina, un gato va a ver qué se le cayó y la pasa mal, mientras el sol sigue ahí, feliz en una de esas pocas mañanas que nadie le estorba sobre la sabana.
Tomamos Transmilenio sobre la Caracas para regresar. Entramos de milagro con el coche y en la siguiente parada al cerrar la puerta empieza el discurso habitual. No la veo, pero es joven, acento venezolano, una mano en los dulces, una mano en su niño de 8 años y ninguna en las barandas, ya sabe hacer surf en las olas del bus. Su discurso es duro, es triste, se nota dolida porque le propusieron irse a la 22. "Muchas veces lo único que necesitamos las personas es ser escuchadas" termina. Cuando pasó por mi lado le dije al oído -si quiere bajarse en la 63 yo la invito a almorzar-.
Y ahí estábamos Yoandry, Wílber, mi esposa mi hija y yo, sentados en el restaurante español vecino a la Iglesia de Lourdes. Son del estado de Yaracuy, vinieron porque una amiga... "me dijo véngase que yo le ayudo, y cuando llegué se perdió, ya no me contesta". Llevan un mes largo, no tienen nada, pagan una piecita en Usme, se levantan temprano, trabajan hasta que consigan con qué pagar la noche, una comida y mandar algo para la mamá y la abuela. - Pidan lo que quieran, lo que más les guste - Uno con hambre señor come lo que sea, mi dios le pague, es que si le cuento me pongo a llorar, no hemos comido... - me dice mientras su voz se quiebra entre un gesto de angustia.
La situación es dramática para ellos, no obstante, una jornada vendiendo dulces en TM les alcanza para una comida al día, pagar el cuarto y enviar para Venezuela.
El viaje hasta Colombia es otro drama. - ¿Y cómo pagó los buses? - Vendí una lavadora, vendí... mis cositas y a las malas me metieron en un bus por 80 mil desde Cúcuta y el niño en mis piernas, es que ya no tenía más... No he conseguido trabajo, yo sé que es muy difícil, pero yo no le cuento a mi mamá para que no se angustie...
Una madre soltera sin educación terciaria, un niño de 8 años que no puede soltar, una mano adelante y otra atrás decimos, mucha dignidad y ganas ¿Serán suficientes? No pude soltarlos en toda la tarde.
Hablamos de Chávez, de María Lionza, de los paisas y los rolos, del fútbol y el béisbol. Quedamos invitados a comer cachapa en su casa "cuando todo mejore", "esperemos que sea pronto". Fuimos a casa, le di un teléfono, compramos una sim, instalamos whatsapp y facebook. Les dimos un poco más de abrigo porque la verdad que la pinta estaba bien ligera para Usme. Wílber jugó con Ame hasta que se cansó. Sacamos un morral y bajamos al carro. - ¿A usted dónde le gusta para ir a hacer mercado? - pregunté insolente - No señor yo nunca he hecho mercado acá - me dijo mientras me tragué un nudo en la garganta y me disculpé. Fuimos al Éxito. Wílber tomó un carrito que empujó feliz por todo el lugar señalando cosas que nunca había visto - ¡No molestes Wílber! - decía mamá. Tomaba las cosas con pena, muchas tenía que metérselas yo mismo. En lo único que no se pudo contener fue cuando vio las bolsas de Harina Pan - estas me llevo dos que nos gustan mucho - me dijo con una sonrisa.
Traté de darle algunos consejos, sobre el permiso de permanencia, un colegio para el niño, le dije que iba a ayudarle a buscar trabajo... Fui hasta el torniquete a pasarlos con mi tarjeta, un beso un abrazo y mucha suerte les dejé. Salí corriendo a abrazar a mi familia y a desahogarme en este teclado.

¿Hasta cuándo Venezuela? Me duele profundamente esa tiranía. Mientras tanto pondré algunos granitos de arena, ojalá podamos tratarlos a todos como lo que somos, hermanos de la selva, el llano, los Andes y el Caribe.

María Lionza hacé el milagrito y un ramo de flores te voy a llevar... te lo juro que te lo llevo...