viernes, 7 de octubre de 2016

Salgo del closet, me declaro abiertamente Santista.


Lo que nació como una rebelión campesina en el sur del Tolima, en los años sesenta, años en los que estaban de moda las guerrillas 'marxistas leninistas', se convirtió en tal vez la peor pesadilla de la historia de nuestro país. Colombia por sus condiciones geográficas, económicas y sociales, fue durante décadas un suelo fértil para descontentos sociales y grupos armados ilegales.

En los años ochenta un proceso de paz fallido con las Farc, creó un partido político, la Unión Patriótica (UP) de izquierda radical. Algo así como la mitad de los miembros de las Farc y otros movimientos, apostaron por la UP, pero la otra mitad decidió seguir en el monte con las armas. Acto seguido, la derecha radical, con complicidad (y tal vez ayuda) de fuerzas militares, se dedicó sistemáticamente al asesinato de los miembros de la UP. Unos dicen que fueron 3 mil, otros que 500. Líderes valiosos y hasta candidatos presidenciales con cierta intención de voto como Bernardo Jaramillo Ossa o Jaime Pardo Leal fueron baleados por sicarios.

Después de muchos muertos y muchos intentos fracasados de negociaciones, Colombia terminaba la sangrienta década de los 90, habiendo vencido a los carteles de Medellín y Cali, pagando costos sociales devastadores. Alta pobreza, alta corrupción, alta inflación, economía en recesión. Los índices de violencia no cedían y los colombianos empezábamos a escondernos en las ciudades, abandonando el campo por temor al secuestro. Las Farc, de la mano del narcotráfico, el secuestro y la extorsión, extendían su poder más allá de zonas aisladas, se acercaban a las ciudades y peor aun, hacían terrorismo. Colombia era considerado internacionalmente 'un país fallido'. El presidente Pastrana decidió (con la iniciativa de su ministro Santos), buscar nuevamente diálogos con las Farc. La guerrilla se burló del gobierno y aprovechó un territorio despejado del tamaño de Suiza para delinquir y fortalecerse, en lo que fue uno de los más rotundos fracasos de la política nacional.

Las imágenes satelitales no mentían. Pastrana liquidó los diálogos y la ofensa catapultó a Uribe a la presidencia. La mano dura contra la guerrilla fue un éxito igual de rotundo que el fracaso de los enésimos diálogos. Dos períodos de Uribe dejaron una economía revitalizada, una población con autoestima renovada y una guerrilla terriblemente diezmada, muchos de sus principales cabecillas muertos en bombardeos aéreos. Por primera vez en sus casi 50 años de lucha armada, sus líderes se dieron cuenta de que más allá de su idealista discurso revolucionario, nunca iban a llegar al poder por la vía armada. Mientras tanto, otros ex-guerrilleros, se hacían elegir democráticamente en el senado, gobernaciones y alcaldías.

En el último año de gobierno de Uribe, el repudio por las Farc y el apoyo a la guerra librada por el ejército en la selva no era alto, era arrollador, era la voz estruendosa del 100% de la opinión pública. Santos, esta vez como ministro de defensa de Uribe, profesó mantener las políticas del presidente y con los votos uribistas, llegó a la presidencia en 2010. Hace apenas 6 años, pensar el desenlace que hoy tenemos de esta historia era ridículo, absurdo. Cualquier casa de apuestas hubiera pagado un millón a uno por una salida negociada a la guerra contra las Farc. La perspectiva era seguir la guerra. Caía un líder y aparecía otro. La derrota militar de las Farc parecía cercana para algunos, para mí sinceramente no era tan cierta. Mientras más pequeña la guerrilla, más guerrillera se hacía, más difícil de perseguir.


Cuando era niño y adolescente, crecí en la ciudad más violenta del mundo. Crecí con el miedo, las bombas, la violencia. Recorrí la deslumbrante geografía colombiana de la mano de mi padre, con mucho cuidado y astucia, viajando donde se podía, hasta con la guerrilla nos cruzamos en el Guaviare. Mi padre cada noche que prendía el noticiero y veía la imagen de Santos, en el cargo que fuera y en el cuatrienio que fuera, siempre tenía para él un sonoro insulto. Yo hasta cierto punto heredé ese odio. En el 2010, voté por uno de los políticos más extraordinarios que he conocido, Antanas Mockus y claro, voté al mismo tiempo contra Santos. Pasé el duelo de la derrota con mucha amargura.

Santos se dedicó entonces a gobernar "al pie de la letra" del contrato tácito que tenía con el uribismo: siguió persiguiendo a las Farc avezadamente, tanto que dos de sus máximas figuras como Jojoy y Cano, cayeron en poco más de un año. Pero sorprendentemente, en lo que no "quedó escrito" su actuar fue totalmente inesperado, tanto para los seguidores de Mockus como para los de Uribe. Para muchos uribistas, la autonomía que ejerció Santos en su gobierno y haber tomado decisiones contrarias al uribismo fue entendido como las más sucia traición. La gota que rebosó la copa fue el comienzo de otros diálogos de paz con las Farc. 
Después de que se burlaron del país, después de que nos secuestraron, nos amenazaron, nos asesinaron, nos pusieron bombas, llenaron de minas nuestros campos, se enriquecieron con la cocaína y la extorsión, los empezamos a vencer militarmente y salimos a las calles masiva y repetidamente a decir "NO MÁS FARC" ¿Santos, elegido como uribista, proponía nuevos diálogos? La idea era casi grotesca, era una bofetada a la principal fuerza política del país y era prácticamente imposible de aceptar por la opinión pública nacional. A mí me pareció una jugada maestra. Derrotar a las Farc militarmente iba a tomarnos no solo muchos años más, sino muchas vidas más. Ese momento, en que la guerrilla sentía el miedo a los bombardeos y no veía ninguna posibilidad de victoria, era perfecto para que unos diálogos bien llevados llegaran al objetivo de más alto valor: acabar con las Farc, quitarles las armas.

Tras cuatro años de atribuladas negociaciones y luego de que la popularidad de Santos bajara casi a los niveles de la de Dilma en Brasil, el excelente y profesional manejo del equipo negociador liderado por de la Calle y Jaramillo, llegó a feliz término. Las Farc aceptaron poner fin a su increiblemente estúpida idea de tomarse el poder con las armas. Era más quijotesco que El Quijote, pero se pudo, es una realidad.
Otros hubieran preferido exterminarlas por la fuerza. Con seguridad ellos no hubieran puesto sus hijos al frente del batallón para ir a la guerra.
Yo recuerdo el dolor que me provocó ver la muerte del Sargento Cortés en el documental de Romeo Langlois y el llanto de su esposa y sus hijos.

Es por eso que es una extraordinaria muestra de pragmatismo y visión esta paz de Santos. Le quitó las armas a las Farc salvándole la vida a muchos soldados.

Sin haber leído demasiado, más allá de Bushnell y otros clásicos de la historia de Colombia, me atrevo a decir que este futuro que se nos abre, es el resultado de la más grande obra de gobierno de cualquier presidente en nuestra violenta historia de dos siglos.

De Santos no me conmueven sus parcos discursos, ni me animan muchas de sus políticas, ni estoy muy de acuerdo con muchas de sus iniciativas. No obstante, después de más de cuatro años viviendo afuera, al volver a Colombia fue muy reconfortante ver el impresionante crecimiento de la clase media y el sostenido e importante decrecimiento de la pobreza.
Declararse Santista, para un paisa, es peor que declararse homosexual en tiempos de la inquisición. Es declarar un apoyo a uno de los políticos más odiados e impopulares de los últimos años en Colombia. Pues lo hago sin mesura y sin pelos en la lengua. Ser político en una sociedad latina es la más tonta de las ideas. Sea bueno o malo, el político siempre será sometido a la caricatura injusta, la calumnia, el desprecio, los insultos.

Esta declaración es mi agradecimiento a Juan Manuel Santos y su equipo de gobierno, por el prometedor futuro que le queda a Colombia, después de conseguir lo imposible, quitarles las armas a las Farc.

Agosto 26 - 2016