domingo, 15 de abril de 2012

Mi gran amigo Luis Alejandro Peña Osorio

Del ratico que me ha tocado vivir, solo un ratico pude vivirlo al lado de Peña, un hermano, un fenómeno, un personaje de otro planeta.
Mauro me lo presentó creo que allá por el 2002. Fácilmente me di cuenta que no era normal, que había conocido un gran amigo.
Empezamos a intercambiar música, a jugar fútbol, a estudiar juntos, a hablar de mujeres, a compartir esa forma peculiar de ver el mundo, esa forma que lo hacía a él un ser extraordinario.

De las primeras veces que fue a mi casa por Otraparte, mi mamá observó atenta cómo saludó a Enadis la empleada con gran naturalidad y así siguió con todos lo miembros de mi familia, con Agus mi hermano que es tan callado y con mi papá con quien tantas veces compartió. Era un espectáculo verlo entrar a un lugar haciéndole más amable el día a todos con su buena energía y su afecto.
Recién graduados fuimos un día a escuchar buena salsa al Son de la Loma. Entre el tumulto y las mesas se veía una pareja descrestando la audiencia, bailando salsa de exhibición. Me dijo, mirá qué tipo pa bailar. Le dije, así necesitamos un profesor, pero debe ser muy caro, ese tipo baila mucho. "Cuál caro!" siempre con esa seguridad y ese desparpajo respondía. Se paró y volvió con el teléfono de John Mario Duque, ustedes lo conocerán como el Profe. Efectivamente, no solo aprendimos a bailar salsa con el mejor, sino que hicimos un grupo de amigos con Caro, Ana, Alina, Gumo y otros, íbamos al Suave en la calle Colombia y hasta en la galería de la 93 nos vieron celebrar la vida como solo lo hacemos los latinos.

Cada vez que yo volvía de Bogotá cumplíamos la inapelable cita de nuestra amistad. Un día tu propuesta fue demasiado buena: Darle la vuelta al embalse de Guatapé en bicicleta. Bajamos al Bizcocho, subimos a Alejandría, pasamos por la Concha, vimos El Marial y volvimos a casa después de 12 horas de trocha y aventura entre los quiebres de nuestros paisajes, entregados al esfuerzo físico, a la alegría de sentirnos vivos y saludables, como cada vez que subimos una montaña o corrimos una media o una entera, como el relato vivo que me hiciste de tu odisea en la capital del mundo, cruzando el puente de Brooklyn en un mar de gente y el viento helado que baja del norte, también allá mostraste el temple, el valor que te caracterizó como hombre de grandes retos.

Era mi orgullo saber que varios proyectos de ingeniería para el desarrollo de nuestra región estaban en tus manos, en las manos de un perfeccionista, un talentoso, un trabajador honesto, perseguidor de sueños inmateriales, convencido de nuestra capacidad de transportarnos mejor y vivir mejor. Millones de personas usarán los cables en las veredas y la extensión del metro al sur, sin saber nunca que te entregaste a fondo en esa labor, que nos diste lo mejor. Jorge Mario, Daniel y todo el equipo que te rodeó desde Systech, sabrá asentir conmigo sobre la estrella que se apagó con tu partida.

De las pocas fuerzas que he encontrado en estos días, en el apoyo de todos los que conocieron nuestra hermandad, cuando el llanto no me quiebra alcanzo a pensar en tu mamá, en Camilo y en los sobrevivientes de la tragedia. Quisiera estar ahí para abrazarlos y tratar entrañablemente de pasar este momento desgarrador...

Debo razonar en lo incomprensible, aceptar lo inaceptable, reconocer nuestra infinita incapacidad de entender el sentido de la vida en la muerte. Si estuviéramos exentos del absurdo de saber que un día cualquiera no estaremos más, nunca hubiera sido posible quererte como a un hermano y haber gozado la vida como la gocé con vos a mi lado. Y si tuviera que escoger haberte conocido sabiendo que un día te irías sin aviso, indudablemente lo hubiera aceptado. Me quedo con los recuerdos, las alegrías y los sueños que construimos. Ahora está en mis manos hacerlos realidad en tu memoria, con el toque de magia que me enseñaste a ponerle a todo lo que se hace.

Peña vos serás siempre mi inspiración. Seguiré caminando buscando la fe que me permita creer que volveré a abrazarte y a reírme de las pequeñas cosas que reímos juntos. No puedo con palabras ya más decir, dejaré que el silencio me ayude a buscar la alegría que me dejaste, la alegría de estar vivo, la alegría de haber sido tu amigo.

Te quiero para siempre.